PINTURA
Rafael Pérez-Madero
Es difícil hablar de la obra de Fernando Zóbel sin hacer mención a las muchas actividades por él realizadas a lo largo de su vida, y a las circunstancias que concurrieron en su persona: pintor español nacido en Filipinas, que cursó estudios de bachillerato entre España, Suiza y Filipinas, y de Filosofía y letras en la Universidad de Harvard, donde se doctoró con la calificación de magna cum laude. Viajero impenitente, entre Europa, América y Oriente, con una clara vocación de crear corrientes y unir culturas, además de las múltiples facetas que concurren en su personalidad y que fueron desarrolladas por él a lo largo de su vida: historiador, mecenas, profesor de Universidad, bibliófilo, coleccionista, creador y fundador del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca. Actividades, todas ellas, dotadas de una gran carga intelectual, que moldearon su extraordinaria personalidad, y que no supusieron nunca una dispersión de la persona, como pudiera haber ocurrido, sino que todas ellas estaban unidas bajo el denominador común de su gran vocación: la pintura.
Todos sus impulsos de pintor convivían, en un perfecto equilibrio, con esa educación intelectual y esas actividades que marcaron su personalidad y, sobre todo, su estilo, una impronta propia de hacer las cosas, una armonía entre la idea, la realización y los resultados con que sellaba todos sus proyectos. Una continua búsqueda del orden y del equilibrio que se proyectaba directamente en su pintura.
Con todos estos antecedentes nos encontramos ante un pintor abstracto, pero con unos estudios, una técnica, unos procedimientos y unos materiales que le hacen concebir y realizar la obra de una manera clásica:
“Mi proceso es clásico, es el proceso de apunte-dibujo-boceto-cuadro. El apunte pretende recordar una idea. El dibujo intenta fijarla. El boceto es un ensayo de realización. Es un proceso de eliminación, de ir eliminando distracciones. El cuadro pretende ser la realización lo más clara posible de la idea inicial” (1).
Francisco Calvo Serraller, en su texto para el catálogo de la exposición “Zóbel”, organizada por la Fundación March, inmediatamente después del fallecimiento del pintor, lo resumía muy claramente:
“Este simple esquema de composición pictórica, que aparentemente solo refleja la aplicación mecánica de un método académico de taller, encierra, sin embargo, toda la compleja sabiduría que transformó las artes plásticas en una disciplina humanística”.
En donde evidentemente hay, por parte del artista, un trabajo de reflexión, investigación y método.
Como es natural y, por todo ello, también se desprende que Fernando Zóbel fue un gran dibujante, de trazo suelto, rápido y con una capacidad de síntesis fuera de lo común. Su cabeza era un autentico laboratorio mental a la hora de transformar la realidad vista a esa otra realidad del dibujo vivo y sentido.
El estilo evocativo y directo de su pintura no nos deja ver, a veces, ese trabajo de elaboración intelectual que hay detrás de su obra, pero si observamos sus dibujos, podemos comprobar que nada hay de improvisación o de azar en su trabajo. Todo está ensayado, una y mil veces, antes de llegar al lienzo.